TERAPIA

El escenario es invadido por los músicos con sus instrumentos. Ellas de riguroso negro. Ellos de esmoquin y pajarita negra. Ruidos de sillas, afinaciones de instrumentos, leves murmullos del público. Algunos violines no tienen cuerdas, un violonchelista no tiene arco y el contrabajo solo tiene una cuerda. El solista de oboe hoy no se ha traído el instrumento. Por un lateral aparece el director. Aplausos. Todos los músicos se levantan de sus sillas; el director sube a su tarima y con inclinación reverente, saluda al público. Acto seguido, volviéndose a la orquesta, con sutil gesto ordena que se sienten. Levanta la batuta. Todos le miran. Silencio absoluto en la sala. Con vigoroso movimiento de brazos da inicio al concierto. Los músicos permanecen estáticos. Ni un solo ruido de instrumentos. Ni un solo ruido del público. Sólo se escuchan los sonidos del silencio.

Tras sesenta minutos de quietud, de un afinadísimo y armonioso silencio, el director marca el último compás, se gira hacia el público, saluda con reverencia e invita a sus músicos a levantarse de sus sillas y que hagan lo propio. El público, silente, emocionado pero sereno, se levanta de sus butacas y tras cinco minutos en pie como agradecimiento, comienza a abandonar el teatro.

Mañana, nuevos grupos de espectadores, “silencio-adictos” y pacientes de «Silencio terapia» volverán a abarrotar la sala de conciertos.

IsidroMoreno

4 Comentarios

  1. Podrías patentar la experiencia de este relato. No descartes que se pongan de moda conciertos como ese, en este mundo saturado de ruido y palabrería. A esa orquesta podría apuntarme hasta yo, no hacen falta estudios de conservatorio, solo querer buscar la quietud. Aunque para artista tú, con música o sin ella.
    Un abrazaco

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