Tumbado sobre la cama, con sus manos por almohada, Andreu contemplaba el techo blanco cual pantalla de cine momentos antes de iniciar la sesión.
Como en una película, le pasaban las escenas vividas durante la intensa semana de huelga y violentas manifestaciones. No le importaba que su nómina de aprendiz se viera mermada ostensiblemente por los días no trabajados; sería parte del sacrificio heroico realizado para combatir una gran causa que marcaría hito en la historia de tan mastodóntica empresa industrial y él, con apenas diecinueve años, se sentía uno de los principales protagonistas en aquella revolución, que había ocupado muchas horas de noticias e imágenes en los medios informativos internacionales.
Su momento de gloria se correspondía con las imágenes difundidas por las televisiones, en las que aparecía con su jersey remangado, a pesar de la fría mañana, arrancando una papelera y lanzándola contra la cristalera de una sucursal bancaria a la que, momentos antes, le había destrozado e intentado quemar el cajero automático.
A pesar de haber provocado explícitamente a los antidisturbios, no consiguió que arremetieran contra él en esos momentos en los que se sabía observado por teleobjetivos fotográficos y cámaras de televisión. “¡Hubiera sido el broche de oro!”
Las protestas y reivindicaciones iniciales ante las oficinas de la multinacional y calles adyacentes, se habían convertido en auténticas batallas campales.
Toda la fogosidad de Andreu, ira y represión formal, se habían desatado aquella revolucionaria semana. Ahora, acabada la huelga, la tristeza y un lacerante vacío invadían todo su ser.
Le sorprendió un nuevo whatsapp remitido por su amigo Jordi, invitándole a la “manifestación de mañana por algo de desahucios” en su barrio. Andreu, después de leer los pormenores de lugar y hora, se limitó a seleccionar el emoticono del pulgar hacia arriba.
Una noche más programó su despertador para las seis, pero esa mañana se levantaría para obstruir con silicona las cerraduras de los comercios, vehículos aparcados y oficinas del barrio; luego, ya improvisarían para aquello de los desahucios. «La revolución debe seguir» —Pensó en voz alta.
IsidroMoreno