LA BATALLA

LA BATALLA

Desde lo alto, en posición privilegiada, espero el momento de la verdad. Ambos ejércitos ahora se ven expectantes y enfrentados cara a cara. El silencio es muestra de respeto, quizás miedo o también podría ser una arrogante y disuasoria postura ante el rival mientras se espera el instante acordado para iniciar la batalla.

Las huestes, escrupulosamente alineadas, lucen sus inmaculados atuendos de guerra con colores perfectamente distinguibles entre uno y otro bando.

La batalla comienza. La primera línea de mis aguerridos soldados de a pié, inicia una firme carrera hacia las filas enemigas que con sus uniformes negros esperan y parecen no mostrar temor alguno, o  ese es mi temor.

Se suceden los ataques y contraataques. De forma acertada mi caballería penetra en las líneas enemigas vengando las bajas sufridas, por lo que una subida de adrenalina, me anima, me altera y casi me hace perder la compostura de hierático jefe de mi ejército.

En el fragor de la batalla, compruebo que la tarde va cayendo. Varias horas en lucha y extenuados, sin reina ni alfiles, con apenas seis fichas sobre el tablero, el adversario me solicita  “tablas”.

Acepto gustosamente mientras que, en caballeroso gesto, estrechamos nuestras manos.

IsidroMoreno      

VISITAS

VISITAS

De repente me sobresalto con los ruidos del exterior. Siempre me parece que fue ayer, pero si lo razono, comprendo que ya ha pasado otro año y nuevamente estas voces, ajetreos y  bullicios me llegan, me alteran y en el fondo… me gustan.

Siempre que esto ocurre, recuerdo la primera vez que vine a este lugar. Fue un viaje muy agitado, casi todos los que me rodeaban, estaban alterados, algunos lloraban, otros no paraban de hablar. Recuerdo que yo era el más tranquilo, pues me mantenía impasible y nada me importaba de cuanto acontecía a mi alrededor. Era una extraña pero placentera sensación.

Ahora, escuchando el murmullo externo, trato de calcular cuántos primeros de noviembre llevo aquí en “La Eternidad” como llamo a esta estrecha residencia de madera y mármol anclado en este perenne camposanto, que en estas fechas se engalana con multitud de flores que no veo, pero adivino y hasta creo que su olor evoco en melancólico recuerdo.

 

IsidroMoreno

…Y LLEGÓ LA PAZ

… Y LLEGÓ LA PAZ

La dura guerra ya había terminado o al menos así se proclamaba y recordaba en cada “parte” de noticias que diariamente emitían las radios.

El sentimiento general era agridulce, pues por un lado flotaba esa matizada alegría o más bien, reducción de amargura y por el otro, el enfrentarse a una realidad que, aun siendo para cada cual distinta, sería cruda por algún periodo de tiempo.

A menudo en aquella estación de tren, se veían familias que casi clandestinamente, iban a esperar  a un familiar querido, que ahora la guerra vomitaba de sus ignotas trincheras, de sucios cuarteles o precarios hospitales.

Casi a diario, Dorotea, su madre y sus tres pequeños hijos, se acercaban hasta la estación del ferrocarril a esperar a su marido, al que no veía desde hacía más de dos años y que la estúpida guerra, lo había arrancado de su casa un día cualquiera.

En aquella provinciana estación,  se sucedían con mayor o menor sigilo, las escenas de abrazos, lágrimas alegres y tristes, preguntas a los recién llegados, caras decepcionadas y restos de esperanzas.

A medida que avanzaba aquella primavera del 39, las esperas e ilusiones en esos andenes, se diluían en el tiempo.

Dorotea no faltaba a su cita diaria, aunque ya la mayoría de las veces, el trayecto lo hacía sola o únicamente acompañada por sus pensamientos y confusas ideas sobre lo que le diría a su amado esposo del que seguía sin conocer noticia alguna.

Una mañana decidió vestirse de riguroso luto.

Con ese negro atuendo vivió el resto de sus días y así conocí y recuerdo a mi abuela Dorotea, que en algunas ocasiones me contaba éstos y otros episodios de su existencia que con tan marcado acento de guerra subyugaron su vida y la de los suyos.

IsidroMoreno.