DISCUSIÓN A BORDO

DISCUSIÓN A BORDO

Aquella tarde, Carlitos propuso ir a navegar en el barco abandonado. Por unanimidad, el grupo de amigos tomaron aquella embarcación al grito de ¡¡al abordajeee!! Rápidamente Hugo, el mayor de todos, dando órdenes a  babor y estribor y de proa a popa, se erigió capitán del barco, comenzando su aventura sobre la cubierta abrasada por el sol estival de media tarde.

Carlitos se sentía dueño del barco, por lo que mantuvo una intensa discusión de liderazgo con Hugo “el mandón” y  que casi le sacaba una cabeza. Había llegado la rebelión a bordo, pues aquella disputa corrió como la pólvora y en un minuto, las discusiones pasaron a las manos y todos rodaban por la cubierta enzarzados en una pelea colectiva.  Todos menos el pequeño Luisete, que como único espectador, lloraba viendo a su hermano mayor pelearse con su amigo.

Luisete, cansado de que nadie le hiciera caso, se dirigió al puesto del timón y del llanto pasó a la risa y diversión, haciendo  girar el gran timón como si fuera una enorme ruleta de casino. Ahora él, era un auténtico capitán,  ¿Qué capitán?… ¡El rey de los mares!

El sol comenzaba a ocultarse por el horizonte cuando, repentinamente, por estribor apareció la cabeza del padre de Luisete que, asomándose a la pequeña embarcación, anunciaba la hora de ir a casa para cenar.

Los niños cejaron en sus peleas de intrépidos piratas y saltaron del barco al pedregoso solar sobre el que descansaba aquella vieja pero divertida chalupa abandonada. Mañana volverían a vivir nuevas aventuras surcando los mares de la imaginación.

IsidroMoreno

NIEBLAS

NIEBLAS

La suave brisa marítima ya permite disfrutar de la calle tranquila que se empieza a desperezar. Mientras escribo, disfruto de la agradable sensación de tomar una taza de café en el velador de esta cafetería del paseo marítimo.

Es una pequeña pero muy plácida localidad norteña en la que suelo pasar los melancólicos septiembres y que dada mi afición por la escritura, todo esto impregna mi redacción de un sabor romántico que ya me está empezando a cansar y a aburrir solemnemente. El verano próximo me iré a una playa del Mediterráneo en pleno mes de agosto y me dedicaré a holgazanear por los chiringuitos en chanclas, tanga y camiseta hortera.

Mientras escribo estas y otras sandeces, desde esta terraza veo romper las olas con su rizo y espuma blanca. Las gaviotas sobrevuelan con su peculiar gemido en busca de comida y el sol aún debe estar escondido tras las nubes grises.

En el horizonte marino y  por la montaña lateral, una extraña niebla gris casi negra, se aproxima rápidamente. Observo que la calle ahora está solitaria. Apenas quedan gaviotas… ¡Es la niebla que se me acerca y engulle cuanto alcanza!

Ya no oigo el mar ni los graznidos, ni gentes ni motores… sólo un leve zumbido que avanza hacia mí.

Yo estoy narrando tan rápidamente como mi pluma y mi mano me lo permiten y apenas puedo leer lo escrito al principio de este folio. Ya se ha borrado. Temo no poder acabar esta …

NOTA DEL AUTOR:

Hace unos años, en una tarde soleada de otoño, tras una mañanita de niebla, sobre un banco de un paseo marítimo, encontré este folio manuscrito de mi puño y letra. Me hizo recordar la causa de mi mano amputada y del apodo que me acompañará el resto de mis días.

El manco.

IsidroMoreno

NOCHE EN EL MUSEO

100.- Goya. Lucha a garrotazos

NOCHE EN EL MUSEO

Son muy promulgadas las teorías, historias y fantasías en torno a los museos y sus habitantes nocturnos.

Por medio de un amigo llegó a mis manos una carta manuscrita de un personaje tan curioso como valiente y gran aficionado a la pintura. Escogiendo lo más importante del texto y resumiendo algún contenido, decía así:

…“Por fin conseguí pasar inadvertido entre un grupo de turistas americanos, quedándome sorprendido de mi habilidad o quizás de la suerte, además de la complicidad de una americana obesa que, amablemente se ofreció para la pequeña treta de magia que me haría casi invisible en la entrada.

Una vez dentro y sin figurar como un visitante más,  supuse que sería probable que no me buscasen, pues cuadrarían sus entradas y salidas, por lo que decidí seguir mi plan establecido y harto estudiado para esconderme y pasar la noche en el Museo del Prado.

No revelaré mi urdido plan de entrada y escondite, ya que no descarto la posibilidad de volver a repetir la experiencia.

Había decidido pasearme por las salas de Goya, experimentando mi primera sorpresa en la planta principal, en la que de forma fortuita y con cierto rubor, observé como la maja desnuda se cubría su cuerpo con una raída manta, mientras creo que maldecía el frío de ilustre jodido museo. Sigilosamente continué con rápidos pasos hasta la planta baja, donde me esperaban famosos cuadros de la pintura negra de mi paisano aragonés.

De camino por los largos pasillos y salas, tuve que esconderme de unos soldados franceses que jugaban a naipes y a los que sólo les entendía “¡cocu, salop!”… cuyo significado desconozco. Estos soldados habían salido de los “Fusilamientos del tres de Mayo” y creo que de reojo controlaban a los pobres españoles que en su mayoría dormitaban a excepción del hombre de camisa blanca y pantalón claro, que con adusto y desencajado gesto paseaba de un lado a otro del cuadro.

El corazón parecía que en cualquier momento  me saldría por la boca, la mezcla de miedo y nervios, me hacía temblar todo el cuerpo.

… Ante la total oscuridad en determinada parte de la sala, decidí encender una linterna llevándome un susto de muerte, pues a mis pies descansaban dos gañanes de mediana edad con sangre en sus rostros pero que de buen humor me increparon y me obligaron a sentarme en el suelo junto a ellos.

…Tras largo rato de charla  compartiendo mis pocas viandas y bote de cerveza, me confesaron que ya estaban cansados de estar con los pies enterrados todos los días, poniendo cara de odio y escuchando mil y una teorías de lo que Goya quería dar a entender con aquel “Duelo a garrotazos”… aclarándome que ese tipo de duelos no eran más que “ajustes de cuentas”,  muy frecuentes por aquellos tiempos y lugares, completamente clandestinos y que nada tenía que ver con las dos Españas y otras irrisorias teorías de algunos guías turísticos de medio pelo que a diario visitaban el museo.”

Ambos, en un gesto de complicidad y como revelándome un gran secreto, se desabrocharon sus  raídas chaquetas de pana  y  me mostraron su única rivalidad:

Uno llevaba camiseta blanca. El otro portaba una camiseta blaugrana.

-Hace dos días que leí la carta y sigo buscando a su audaz autor para confesarle mi inconfesable interés hacia cierto cuadro del museo del que, por rubor, prefiero no aportar más detalles.

IsidroMoreno

EL RELATO

EL RELATO

Él se dispuso a leer el relato que había escrito y que a menudo leían en voz alta en aquel curso de literatura. El resto, atentamente esperaban la redacción de aquel hombre:

“Contaba las horas que faltaban para la fiesta de mi cumpleaños. Pensé incluso en acostarme muy pronto o adelantar los relojes para que mañana llegase antes. Mi ilusión era verla a ella pues hacía dos días que no la veía y tres días desde que me había enamorado locamente.

Llegó por fin la hora de la celebración y las visitas de mis amigos con los respectivos regalos, pero yo esperaba impacientemente a ella y no me importaban los regalos ni la magnífica tarta con diez velas que mi madre me había hecho por mi décimo aniversario de vida.

Ella no llegó, ni tampoco la volví a ver jamás. Parecía que la tierra se la hubiese tragado. Quizás porque fue mi primer amor jamás la olvidé y cuarenta años después, mantengo el dulce recuerdo de aquella niña que…”

De pronto, una de las asistentes al curso, levantándose de su silla, con expresión contrariada y ojos enrojecidos, comenzó a leer su propio relato:

“… Una mañana mi madre me dijo que no iría al colegio pues teníamos que recoger nuestras pertenencias para viajar por la noche hacia otro lugar en el que viviríamos. Me dijo no sé qué del régimen político de entonces y otras causas que no entendí con mis apenas nueve años y en aquella España de los años cincuenta. A mí sólo me dolía que no podría verle a él, que además me había invitado a la fiesta por su cumpleaños…”

Ella cortó su lectura, pues apenas le salían las palabras de su garganta. El transcurrir del tiempo había marcado la natural mella en ambos cuerpos, pero al mirarse a los ojos, ambos se reconocieron y sus almas se reencontraron en un cariñoso abrazo.

IsidroMoreno