NOCHE EN EL MUSEO
Son muy promulgadas las teorías, historias y fantasías en torno a los museos y sus habitantes nocturnos.
Por medio de un amigo llegó a mis manos una carta manuscrita de un personaje tan curioso como valiente y gran aficionado a la pintura. Escogiendo lo más importante del texto y resumiendo algún contenido, decía así:
…“Por fin conseguí pasar inadvertido entre un grupo de turistas americanos, quedándome sorprendido de mi habilidad o quizás de la suerte, además de la complicidad de una americana obesa que, amablemente se ofreció para la pequeña treta de magia que me haría casi invisible en la entrada.
Una vez dentro y sin figurar como un visitante más, supuse que sería probable que no me buscasen, pues cuadrarían sus entradas y salidas, por lo que decidí seguir mi plan establecido y harto estudiado para esconderme y pasar la noche en el Museo del Prado.
No revelaré mi urdido plan de entrada y escondite, ya que no descarto la posibilidad de volver a repetir la experiencia.
Había decidido pasearme por las salas de Goya, experimentando mi primera sorpresa en la planta principal, en la que de forma fortuita y con cierto rubor, observé como la maja desnuda se cubría su cuerpo con una raída manta, mientras creo que maldecía el frío de ilustre jodido museo. Sigilosamente continué con rápidos pasos hasta la planta baja, donde me esperaban famosos cuadros de la pintura negra de mi paisano aragonés.
De camino por los largos pasillos y salas, tuve que esconderme de unos soldados franceses que jugaban a naipes y a los que sólo les entendía “¡cocu, salop!”… cuyo significado desconozco. Estos soldados habían salido de los “Fusilamientos del tres de Mayo” y creo que de reojo controlaban a los pobres españoles que en su mayoría dormitaban a excepción del hombre de camisa blanca y pantalón claro, que con adusto y desencajado gesto paseaba de un lado a otro del cuadro.
El corazón parecía que en cualquier momento me saldría por la boca, la mezcla de miedo y nervios, me hacía temblar todo el cuerpo.
… Ante la total oscuridad en determinada parte de la sala, decidí encender una linterna llevándome un susto de muerte, pues a mis pies descansaban dos gañanes de mediana edad con sangre en sus rostros pero que de buen humor me increparon y me obligaron a sentarme en el suelo junto a ellos.
…Tras largo rato de charla compartiendo mis pocas viandas y bote de cerveza, me confesaron que ya estaban cansados de estar con los pies enterrados todos los días, poniendo cara de odio y escuchando mil y una teorías de lo que Goya quería dar a entender con aquel “Duelo a garrotazos”… aclarándome que ese tipo de duelos no eran más que “ajustes de cuentas”, muy frecuentes por aquellos tiempos y lugares, completamente clandestinos y que nada tenía que ver con las dos Españas y otras irrisorias teorías de algunos guías turísticos de medio pelo que a diario visitaban el museo.”
Ambos, en un gesto de complicidad y como revelándome un gran secreto, se desabrocharon sus raídas chaquetas de pana y me mostraron su única rivalidad:
Uno llevaba camiseta blanca. El otro portaba una camiseta blaugrana.
-Hace dos días que leí la carta y sigo buscando a su audaz autor para confesarle mi inconfesable interés hacia cierto cuadro del museo del que, por rubor, prefiero no aportar más detalles.
IsidroMoreno