La cicatriz que parte tu ceja, te traslada a aquellas batallas campales que se resolvían a pedradas entre los chicos de barrios vecinos. No recuerdo el motivo de discordia de aquel día, tú tampoco, pero si recordamos que aquella tarde, quizás fue la sangre recorriendo tu rostro, tu camisa y tus manos, lo que a ella le impresionó y, compungida, te susurró al oído que eras un valiente y que siempre sería tu novia.
Hace cuarenta años de aquella pedrada. Teníais diez años y hasta hoy os mirabais juntos ante mí, vuestro viejo espejo.
Ahora, sólo ves un hombre plagado de canas, una antigua cicatriz, un rostro afligido tras una descomunal discusión de pareja, una maleta en cada mano y percibiendo una corriente de aire por la puerta abierta que, instigadora, espera tu salida.
IsidroMoreno